The time is gone, the song is over...

sábado, 1 de noviembre de 2008

Ni siquiera quiero escribir como la gente. He estado irritable y mala onda. Enojada con los únicos que me escuchan. Esperando que no me importe, que resbale por mi piel y no penetre mis poros este aire viciado, patógeno. Abatida en estos días de alegría debida, lagrimeando sin querer. Aparece en mis labios cuando se doblan temblorosos ante palabras hirientes. Luego sube a mis ojos titilando y los cubre de una niebla blanquecina; entonces los cierro y aparecen dos; tibias cosquillean mientras bajan rápido por mis mejillas esas malditas lágrimas, más saladas que la sal. La garganta queda amarga; es el gusto de las heridas. No hay abrazo que conforte. No hay palabra precisa (menos sonrisa perfecta). No hay quien levante del suelo a esas víctimas de la gravedad. Hay que sacar fuera a este demonio destemplado. Abstenerse de rasguñar, amoratar o golpear la piel que duele, porque la desesperación se filtra a todas las fibras corporales. Lo que aqueja al corazón es el peso del pasado, el calvario de los días nuevos, a veces demasiado buenos para quererlos así. No me llevo bien con la oveja negra, porque es desequilibrada, amante de las sombras, del egoísmo, de la comodidad. No hay prudencia en sus acciones, no hay como sosegar la impotencia de no entender qué es lo que ha de hacer ante la incertidumbre. Cómo desaparecer sin que nadie lo note. Cómo convencer. Cómo ser consecuente y leal. Cómo agradecer el cariño gratuito. Cómo ser fuerte. Cómo mirar a los ojos sin parpadear.