The time is gone, the song is over...

domingo, 30 de noviembre de 2008

Cúando volverá a mi la serenidad. Necesito sentir que mi banda sonora es Walking on Sunshine... ¿se puede evitar pensar que sólo es posible con la ayuda de otros?

sábado, 29 de noviembre de 2008


Hace casi un mes que no escribo. Hace semanas que no he tenido tiempo para hacer esto, que es tan parte de mí, que evita que me vuelva etérea, que completa mis días silenciosos. Quizá por la necesidad catártica de teclear estas palabras es que he acumulado en mi mente el peso de los días; sin parar a descargar, no hay retorno, no hay hogar, no hay puerto si no lo dibujo yo en este espacio sólo mío.


Descansar, ese es el anhelo de estos días de carrera. Si el ejercicio intelectual sirviera para estar en forma, me pasearía pilucha por la playa este verano. Odio no poder disfrutar este sol maravilloso, sentarme a escribir en la terraza, beber unas cervecitas con amigos bajo la sombra de un árbol (amigos míos, no de las cervecitas).


Dicen que se acaba ya el año, para mí comienza el mes más bipolar, el más desagradable, el más nervioso; es una lástima que no pueda hacerle entender eso a mis seres queridos. Terminando el penúltimo año de Periodismo, casi grande, casi adulta, no quiero más juicios injustos, no quiero más recuerdos que se aparecen como fantasmas, tengo que volver a soñar con imposibles y probar que no lo son.


¿Acaso necesito que me hagan barra? No, sólo necesito creerle a alguien cuando me diga que todo va a estar bien. Pero ya no creo en nada, muchas veces ni siquiera en mí. Ya no confío. Cuando lo que siento bloquea mi mente me preocupa dejar de ser yo; cuando la racionalidad paraliza mis sentimientos, es cuando me pregunto si habrá límite a la decepción.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Positiva, está todo muy bien. De qué hablar. De Obama (que tipo más regio); de la canción que escucho, A media Luz de Christina Rosenvinge (hace tiempo que no hablo de las canciones); o de lo colapsada que ha estado mi semana (mejor espero a que termine).

Queja número uno: Me duele el dedo chico del pie izquierdo. No sé a cuánta gente le habrá salido una verruga ahí, pero me siento como un animalito de circo. Primero traumatólogo; no sabía lo que era esa bolita enrojecida en que se había convertido mi dedito; me dio Meloxicam por una semana y la orden de renovar todos mis zapatos, sólo podría usar más anchos y números más grande para evitar la presión en el dedo.

Volví y tras evaluar las teorías y analizar mis piececitos deformes, me mandó a sacar radiografías (figuraba sobre un mesón desafiando la gravedad) y a ver a dos especialistas más. Un traumatólogo experto en pies y una dermatóloga. Sólo la he visto a ella dos veces. Con el traumatólogo me dieron hora para un mes más.

En la primera visita me examinó con una lupa bajo una luz potente. Me mandó con la enfermera para que me raspara un poco el dedo y ver si era verruga o no. Con una pequeña hoja de afeitar despejaron la zona no sin dolor. Luego llegó la doctora, examinó nuevamente y confirmó las sospechas.

Mientras hablaba se giró, extendió la mano y tomó una especie de soplete. Estaba enganchado a un pequeño tubo, sobre él una gran N azul. ‘Nitrógeno’. Voy a tener que quemarte’. Y nada que hacer. Con tal de que algún día pueda volver a usar mis hermosas Converse, a los paseos de horas por calles antiguas, a que no duela.

Dolió, pero no tanto. Una espuma blanca marcaba el lugar del bultito y ardía. A la salida me dolió un rato y pasó. Hoy fui de nuevo, quince días después. Y el mismo show; raspado y quemado de dedo. La diferencia es que no deja de dolerme y, como me duele tanto, no puedo escribir de otra cosa. Escuchando Sin Documentos… Pies para qué los quiero…

sábado, 1 de noviembre de 2008

Ni siquiera quiero escribir como la gente. He estado irritable y mala onda. Enojada con los únicos que me escuchan. Esperando que no me importe, que resbale por mi piel y no penetre mis poros este aire viciado, patógeno. Abatida en estos días de alegría debida, lagrimeando sin querer. Aparece en mis labios cuando se doblan temblorosos ante palabras hirientes. Luego sube a mis ojos titilando y los cubre de una niebla blanquecina; entonces los cierro y aparecen dos; tibias cosquillean mientras bajan rápido por mis mejillas esas malditas lágrimas, más saladas que la sal. La garganta queda amarga; es el gusto de las heridas. No hay abrazo que conforte. No hay palabra precisa (menos sonrisa perfecta). No hay quien levante del suelo a esas víctimas de la gravedad. Hay que sacar fuera a este demonio destemplado. Abstenerse de rasguñar, amoratar o golpear la piel que duele, porque la desesperación se filtra a todas las fibras corporales. Lo que aqueja al corazón es el peso del pasado, el calvario de los días nuevos, a veces demasiado buenos para quererlos así. No me llevo bien con la oveja negra, porque es desequilibrada, amante de las sombras, del egoísmo, de la comodidad. No hay prudencia en sus acciones, no hay como sosegar la impotencia de no entender qué es lo que ha de hacer ante la incertidumbre. Cómo desaparecer sin que nadie lo note. Cómo convencer. Cómo ser consecuente y leal. Cómo agradecer el cariño gratuito. Cómo ser fuerte. Cómo mirar a los ojos sin parpadear.