The time is gone, the song is over...

jueves, 12 de febrero de 2009

Pocos minutos antes de las cinco de la madrugada, la luna se queda quieta en la angosta franja de cielo que veo acostada desde mi cama. El cielo despejado permite que la luz blanca me pegue en la cara. No he podido pegar un ojo. Los bostezos son reiterados, el lagrimeo evidencia el cansancio; de espaldas, de lado, boca abajo, abrazando la almohada intentando creer que es alguien que amo, pero nada. Un rato temblando de frío y luego transpirando de calor.

Hambre, aparece ese maldito estado displicente, el que más odio, uno de los que más me desespera. Me suenan las tripas, luz, cocina, jarro, leche, microondas; por ahí dicen que funciona. Tibia, espumosa, silenciadora. Vuelvo a la cama y salto fuera de nuevo, al baño; un buen rato de sólo mirarme al espejo, los ojos enrojecidos y brillantes, los labios secos y algo de alergia en el cuello. A lavar cara y dientes como antes de dormir, como si repetir el ritual engañara mi mente insomne.

De vuelta a la pieza. De vuelta a hacer la cama desarmada entre tantas vueltas. Ya sólo quedaba un trozo de luna en el claro de cielo y Morfeo vagando lejos, en algún lugar donde estuviera recién comenzando la noche, donde las sombras no se estén disipando aún como ya sucedía a mí alrededor.

Una vez más a oscuras. Contar ovejas no sirve de nada; aburre, pero no agota. Tablas de multiplicar, trabalenguas, poemas y oraciones medio olvidadas; cualquier cosa que implique dejar de imaginar, dejar de pensar, dejar de inventar. Repetir desafiando a la memoria todo lo que no implique sentimientos. Pero nada.

Vuelta a encender la luz. El desvelo sólo es útil cuando no hay nada que hacer al día siguiente y se puede ocupar en producir, no en dar vueltas como un asado que no alcanza su punto. Qué hacer. Un libro, terminar ese que ha estado en la mesa por semanas, guardado el final para una ocasión especial. Qué mejor momento para sumergirme en una vida ajena, pensándola mía, olvidando su origen ficticio; como si soñara despierta.

Terminado el libro apagué la luz. Oía ya los pájaros y motores de autos. Alguien en la casa se levantó al baño. La luna ya no estaba, el cielo gris, repetí el abecedario en todos los idiomas que pude, una vuelta más y me vencí.