The time is gone, the song is over...

sábado, 13 de octubre de 2007

Viajar siempre es un agrado, a menos que tengas que esperar. Mi bus salía a las 21.50 horas de ayer; dejamos el terminal a las 23. Una lata. Sin embargo, de alguna manera (poco legal me imagino) llegamos casi a tiempo. Tipo once de la mañana entrábamos a Puerto Varas.

Igual me lo dormí todo. Estaba agotada. Fue una semana estresante, pero que al final salió bastante bien. Además me suministré una baja dosis para no saltar a cada frenaso. Lo único malo fue que el auxiliar me despertó para pedirme el boleto, darme la cena, pasarme una almohada y más tarde me tiró encima una frazada.

En la mañana abrí los ojos en Paillaco. Nos dieron un escuálido desayuno y me volví a dormir. Desperté nuevamente en Llanquihue, así que atiné a ponerme las zapatillas y juntar mis cosas. En el terminal no encontraba el ticket de mi maleta. El tipo no me la quería pasar y me hizo ir a la oficina. Yo, con sueño y mal humor, le dije que leyera mi nombre en ella, que le mostraba mi carné. Pero bueno, finalmente lo encontré, agarré mis cosas y partí sin oír (más nada).

No puedo ocultar que no me agrada mucho el sur. Siento que además de mi familia ya no hay muchas cosas que me hagan sentir arraigada. Pensaba eso mientras veía los campos y las vacas por la ventana. Ya no existen esos lugares que me eran especiales: la gran casa de mis abuelos, la librería, el casino y sus jardines, la estación de trenes, una pampa que había cerca de mi casa, la casa de mi tía en el campo.

Todo de alguna forma sigue estando, pero deformado, perturbado. Sin ese olorcillo o ambiente mágico. Tampoco está ya mi abuela, una persona a la que siempre admiré. Yo quería ser como ella, pero sin reprimir mis sueños. Ella confió tanto en mí, desde el primer momento. La tengo siempre presente y cuando quiero un abrazo muchas veces pienso en los de ella, en su olor, en lo especial que era yo para ella.

Otro día escribiré más sobre O. De por qué siento que las metas que alcanzo son también de ella.