Algo habitual en Londres36 es mencionar la música que acompaña el tecleo de mis dedos. Hoy escucho algo de Indie con sabor a folk melancólico, pero que a veces empuja a saltar como mono gracias al banjo. Sin embargo, son principalmente la guitarra y las voces lo que caracteriza a The Avette Brothers y debo confesar que me han alegrado este día lluvioso, lleno de mañas.
Para no sumergirme en mi propio desorden mental... me lleno de folk. Me imagino con botas de cowgirl, vestido floreado, chaqueta con chiporro y el pelo suelto... savage. Y, como no, sacándole música a un banjo de diez cuerdas con mis hábiles dedos...
Sí, me veo golpeando con mi taco las tablas empolvadas de un escenario, con sólo un par de bichos raros como público, que beben y se mueven al ritmo de mi canción... Es medianoche y Londres36 tiene un sueño de lo más hippie y extravagante, un carnaval, una feria de variedades donde cabemos mi banjo y yo. Vamos de pueblo en pueblo, viajando en caravana y yo en mi van pintada con flores.
Soy amiga de la mujer barbuda, de los siameses chinos y del enano más chico del mundo. Comemos lo que nos dan, nos embriagamos a diario y nos bañamos cuando podemos. En esta vida no existe más amor que el de amigos y no extrañamos a nadie, porque ninguno tiene más familia que esta. Somos viajeros, vivimos de los aplausos y nos dedicamos a la aventura... tenemos mucha suerte.
Algunos piensan que somos ladrones, engendros, personas de mal vivir. Somos sólo lo que nos ha tocado ser y somos felices. Hacemos lo que nos gusta y ponemos sonrisas en los rostros aburridos de lugares apartados. Mi banjo y yo hemos convertido el agua en vino y levantado muertos de sus tumbas. Cuando toco sus diez cuerdas con mis hábiles dedos los ciegos ven, los sordos oyen y los cojos bailan con gracia.
Mi arte no es simple, no es para cobardes. A veces, cuando la ocasión lo amerita, me subo al escenario desnuda, sólo me cubre el banjo, que es realmente lo único que necesito. Pero me dejo las botas, para golpear con el taco las tablas empolvadas. No siempre me aplauden, pero mientras hay música todos se mueven con ganas.
No sé hasta cuando seguiré este camino. Me imagino que cuando se acaben los pueblos a la orilla de la carretera o cuando la caravana se disperse o cuando ya no me queden los vestidos floreados. Cuando mis dedos dejen de tocar como lo hacen hoy y comiencen a enredarse entre las cuerdas... o, quizas, cuando el polvo sea yo bajo la bota de algún otro con su banjo.