
Hace unos días tuve una conversación con un amigo muy querido. Se preguntaba si nuestra amistad y todas las demás relaciones que mantenemos a diario con otras personas son cosa del destino. Mi opinión, poco convencida por la falta de argumentos, se fue a una explicación basada en coincidencias.
Sin embargo, luego de varios días, lo he pensado más. No creo en un destino escrito, pero sí relaciono el concepto con un fin, el que sea. Ni siquiera concreto. Sino que como una escalera. En cada etapa de la vida conocemos gente que de alguna u otra forma afecta nuestra existencia. Nos topamos tanto con personas que nos dañan como con seres maravillosos. Estos encuentros y las circunstancias que los explican son la diferencia entre lo que somos y lo que seremos.
Si Dios nos ha dado libertad no puede haber un destino escrito. Pero es posible que, de alguna forma, nosotros mismos, por voluntad propia, quiza imperceptiblemente, tendamos a acercarnos a personas que nos parecen atrayentes. Por acción de reacciones químicas, interacción extraneuronal o por coincidencia.
De alguna forma he llegado a la conclusión de que las cosas pasan por algo. "No hay mal que por bien no venga" dicen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario