
Llevo tiempo consciente de lo que debiera hacer. De cómo recetarme días con más color. Al menos ahora controlo mejor las ganas de volverme polvo y con suerte ser sólo un recuerdo remoto para mi generación. Algún día quisiera ser testigo de nuestra trascendencia; que haya algo más en la vida que promesas terrenales.
No aguanto este nerviosismo, esta necesidad de recibir una señal. Sé que no me estoy volviendo loca, los locos no se dan cuenta. Es sólo que he perdido orientación (¿alguna vez tuve?). Necesito normalidad (whatever that means).
Apelo a la intención y no al cambio a través de ella, aún cuando pueda considerarse el primer paso. Incrédula, desconfiada, insegura; que nada de eso afecte mi razón; rezaría por ello si tuviera fe. ¿Quién soy yo para saber lo que quiero? Nadie puede tener menos claridad al respecto que uno mismo, envuelto en emociones y subjetividad, que es lo único que finalmente cuenta cuando actuamos.
Me falta tanto, nos falta tanto para ser civilizados. Para ser buenos. Somos más animales que los de cuatro patas, menos nobles, menos talentosos. Necesitamos destruir lo que nos ha sido dado para crear, porque lo único valioso en los seres humanos es la capacidad de razonar; sin embargo, preferimos sentir y dejarnos superar por las pasiones.
No me estoy conformando, no estoy siendo feliz, nada parece llenar tantos agujeros. Pensar resulta en sentir, sentir en enfermar, enfermar en dolor, dolor en tristeza y al final en nada; ese vacío en desinterés, en soledad, en amargura. Yo no quiero eso; quiero una razón más grande que yo, porque no siempre puedo sola; apoyo.
Mi enérgico ¡no al drama! terminó en un patético discurso fatalista. Sumemos ahora la inconsecuencia. I need a break.